Quintes, Zoreda, Alba, Argüero, Pumares, Bobes,… lugares convertidos en pintura, muy a sabiendas de la dificultad que ello entraña si pensamos en lo denostado del género, de los repetidos intentos de derribarlo y de poder visitarlos en primera persona. Es en esto último donde creo poder dar una pista de lo que este género supone para mí; lugares cercanos, familiares, transitados y repetidamente observados.
En muchas ocasiones acontece ese instante mágico, cuando inesperadamente un corro de casas, un bloque desnudo, unos árboles erguidos o una vista tras el cristal de un coche, despiertan la necesidad de hacerlos propios, pintura, permanentes. Para ello uno debe ser discreto y tener mirada sosegada, de modo que lo que en primer plano aparezca dibuje contornos rotundos, de oscuros planos y formas esenciales, reconocibles y sin excesos. Sin embargo, en las enmarañadas ramas de los bosques pueden aparecer esos excesos pero no son otros que los provocados por la naturaleza al darle a los árboles esas formas para captar la vida. Del mismo modo me recreo al dibujar entre las ramas lo que ellas desprenden, combinando lo nimio con la grandiosidad de sus formas recortadas.
En todas las obras se aprecia una atmósfera sonámbula, romántica, cercana al ocaso y en la inmovilidad previa al inicio de una enorme tormenta; ese instante es quietud real, no aparente, pues sabemos que antes de la tempestad, de la descarga, todo se paraliza, permanece quieto, a excepción de las nubes, que parecen ir más allá de los límites del cuadro. Repetidas veladuras me permiten reflejar esa atmósfera “atormentada”; manchas que aparecen, borro y vuelvo a colocar, dejando en ese trasiego algunos rastros que en conjunto llegan a construir los cielos.
En el caso de las casas y los paisajes con senderos, inicio un camino que pretendo se acerque a representaciones donde la apariencia de solidez, contraste con su aspecto viejo o con su engañoso silencio; casas casi abandonadas e inútiles, sin rastro humano. En alguna de las piezas hay incluso un acercamiento a un mundo ensoñado, cercano a los paisajes surrealistas: luces, sombras, claroscuros, planos y volúmenes simplificados, son una puerta abierta y el inicio de una nueva búsqueda.
Recuerdo que en casa de mi abuela Consuelo había una reproducción del cuadro de Velázquez “Vista del Jardín de Villa Medici”, aquella imagen se ha hecho ahora presente en mi gusto por la vista lejana, no relacionada con lo observado, separada conscientemente del motivo, plena de interrogantes y donde nuestra vida se desenvuelve sin estar nosotros presentes.